25 feb Tres días con mil niños prodigio del ajedrez en China
La ley del hijo único genera una enorme presión de muchos padres en busca de la excelencia
Los mil mejores ajedrecistas sub-8 y sub-10 de toda China disputan los campeonatos nacionales en un hotel de cinco estrellas en Nankín. Sus padres, cuya presencia en la sala de juego está prohibida, sueñan con que su hijo o hija esté entre los poquísimos elegidos para una plaza en el Centro de Alto Rendimiento de Pekín. Y están dispuestos a grandes sacrificios si eso ocurre: incluido el de vivir separados durante años, excepto en vacaciones
“La megafonía no funciona para que podamos escuchar nuestro himno nacional. De modo que vamos a cantarlo”, anuncia por el micrófono Tian Hongwei, secretaria general de la Asociación China de Ajedrez. Y, a una señal suya, el millar de niños y niñas sentados ante sus tableros para disputar la primera ronda se pone en pie y lo entona con armonía y disciplina militar. Ese himno, su nacionalidad, la brillante precocidad en ajedrez y la presión para triunfar son los cuatro factores comunes de todos ellos. En teoría, también hablan una lengua común, el chino mandarín, pero en la práctica eso tiene muchos matices en este inmenso país (con 22.457 kilómetros de fronteras con catorce países) de ocho idiomas, cientos de dialectos y 56 etnias que conforman sus 1.400 millones de habitantes.
Es mi octavo viaje a China. Nunca olvidaré el tremendo impacto que me causó la diferencia entre el primero (en 1995) y el segundo (2010): donde antes había cientos de miles de bicicletas y poquísimos coches, en solo quince años eran cientos de miles de coches y poquísimas bicicletas. Ahora, en 2019, la tecnología avanza muy rápido: muchos chinos ya han sustituido las tarjetas de crédito por pagos con el móvil -por ejemplo, en los aparcamientos- por medio de lectores de códigos de barras. Pero tanta digitalización contrasta con el bloqueo del Gobierno a gran parte de las aplicaciones más populares en Occidente: si quieres utilizar Google, Twitter, Facebook, WhatsApp, etc. (o entrar en elpais.com, por ejemplo) en China, necesitas activar previamente un enmascarador (VPN), a través de un servidor situado en otro país.
Como siempre, el trato que recibo como invitado especial -en esta ocasión, para dar una conferencia- es exquisito, incluidos esos típicos banquetes de más de veinte platos en una mesa redonda giratoria y abundantes brindis con vino o aguardiente, que ya describí en otro artículo. A pesar de ese ambiente tan relajado, muy pocos chinos acceden a hablar de asuntos delicados. Sólo uno, bajo promesa de anonimato, me susurra algo que también he leído en diversos foros: “Ciertamente, las condiciones de vida de la población son, en general, mucho mejores que hace 25 años. Pero el Gobierno pretende hacernos creer que China es una especie de paraíso, en contraste con el resto del mundo, y eso es una pura falacia”.
Gran parte de los problemas actuales de China son consecuencia de la política del hijo único, vigente desde 1979 a 2015 (ahora el límite es dos): muchos padres se obsesionan con la idea de que su bienestar en la vejez dependerá del poder adquisitivo de su único hijo o hija. Por tanto, la presión para que los niños entre en las mejores escuelas y universidades resulta, con frecuencia, brutal, sobre todo en lo que se refiere a los exámenes de ingreso, que producen cada año los momentos de mayor tensión colectiva en toda China.
En consecuencia, todo lo referente a la educación y a desarrollar la inteligencia es sumamente importante en el segundo país mas grande del mundo (después de Rusia), y el más poblado. Las Olimpiadas Matemáticas o de Juegos Mentales tienen aquí una repercusión enorme. Y todo ello explica la creciente popularidad del ajedrez internacional, que de momento solo tiene un millón de jugadores registrados, en contraste con los diez millones del go y los cien millones del ajedrez chino (distinto del internacional porque un río atraviesa el tablero horizontalmente, entre otras diferencias). Para multiplicar el número de jugadores de ajedrez internacional, el Gobierno considera que lo mejor es introducirlo en las escuelas, pero no solo como actividad extraescolar, sino como herramienta educativa en horario lectivo. De ahí el interés por mis conferencias.
El ajedrez, en ambas modalidades, fue prohibido en China durante la Revolución Cultural (1966-1976), que también prohibió la música de Beethoven entre otras muchas barbaridades, mientras gobernaba la Banda de los Cuatro y el gran líder Mao Zedong agonizaba. La policía multaba a los jugadores callejeros y registraba las casas en busca de libros técnicos para quemarlos en las plazas públicas.
La prohibición duró muy poco, y de hecho dio paso a una directriz totalmente contraria bajo el Gobierno de Deng Xiaoping (1904-1997; líder máximo desde 1978): promoción del ajedrez internacional, fomentando el trasvase de jugadores desde el ajedrez chino, y especialmente del femenino. El éxito fue inmediato: la primera campeona del mundo china, en 1991, fue Xie Jun (nacida en 1970), la otra conferenciante invitada en Nankín. Su hija, Judit (en honor a Judit Polgar, la única ajedrecista que ha estado entre los diez mejores del mundo), es otro portento: estudia 3º de Ciencias Informáticas en la Universidad, y su traducción simultánea de mi conferencia en inglés ha sido impecable, según me dicen mis allegados chinos bilingües.
Xie Jun me hace algunas observaciones muy útiles cuando le muestro el Power Point de mi conferencia, un día antes de darla: “Los ejemplos que pones sobre cómo utilizar el ajedrez para explicar geometría o fracciones están muy bien, y además van a sorprender. Pero te sugiero que no inviertas mucho tiempo en la parte de aritmética, álgebra y cálculo, porque en esos campos los niños chinos en general son sobresalientes, y más aún los ajedrecistas”. Durante mis tres días de estancia en Nankín he podido comprobar que Xie Jun tiene razón: por ejemplo, he visto dos veces a sendas niñas resolviendo problemas matemáticos con su móvil en el ascensor.
En la muy recomendable película En busca de Bobby Fischer (1993) hay una escena que no olvidaré nunca: los árbitros del Campeonato Infantil de EEUU expulsan de la sala de juego a todos los padres, que luego se amontonan en la entrada, ansiosos porque sus hijos salgan de ella victoriosos. Esa acumulación de padres nerviosos se ve siempre en los torneos de niños, y también la he visto en Nankín, con el importante matiz de que estaban ahí durante horas enfundados en potentes abrigos y gorros, porque hacía mucho frío.
Breves conversaciones con algunos de ellos bastaron para comprobar que Tian Hongwei no exageraba cuando me dijo que muchos matrimonios están dispuestos a todo tipo de sacrificios con tal de que sus hijos brillen en sus estudios, o en este caso en el deporte. Algunos, muy pocos, de estos mil niños serán seleccionados para ofrecerles una plaza en los Centros de Alto Rendimiento de Pekín, donde accederán a un plan especial que les permitirá combinar sus estudios con el entrenamiento intensivo, pero con una exigencia muy alta en cuanto a resultados. Muchos padres están dispuestos a separarse durante años, y verse solo en vacaciones, si solo uno de ellos logra un trabajo en Pekín para estar cerca del hijo o hija de ambos.
Seis chinos (Ding, Yu, Yi, Bu, Wang Hao y Li) están hoy entre los 50 primeros del mundo, y ese país gana varias medallas cada año en los Mundiales de edades (desde sub 8 a sub 20); también ganó el oro doble (masculino y femenino) en la Olimpiada de Ajedrez de 2018. Todo indica que la tendencia va a más, y será mucho más si la Asociación China de Ajedrez logra su objetivo de introducción masiva en horario lectivo.
Nadie lo hubiera vaticinado hace 40 años. Y lo mismo ocurre con los coches. He estado a punto de perder el avión Shanghái-Madrid por los atascos terroríficos en la autopista de Nankín a Shanghái desde las cinco de la mañana. Me atrevo a afirmar que ni siguiera los guionistas de ciencia-ficción de los años noventa podían augurar esta explosión de automóviles. Es probable que la transformación tecnológica, social y educativa de China sea la más rápida de cualquier país en la historia de la humanidad. Y, curiosamente, el ajedrez forma parte de ella.
Fuente: El Pais
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